jueves, 17 de mayo de 2012
Ataque entre colegas
A raíz del mencionado artículo en contra del teatro de Hector Abad Faciolince y las repuestas de algunos teatristas impresas de algunos medios del país: demasiado pasionales como la de Fabio Rubiano o bastante objetivas como la de Martha Márquez; esta discusión me llevo a invitar a la reflexión sobre el impulso destructivo y la intolerancia de algunos colegas del medio teatral para con sus compañeros, ya sean maestros, estudiantes, jóvenes o reconocidos directores.
Tanto los grupos como los artistas independientes, que quieren arriesgar en la experimentación e intentan hacer su trabajo juiciosamente porque aún creen en un teatro creativo , de investigación y transformador de paradigmas; son asilados, atacados con juicios anticuados, sin peso argumentativo y llenos de una evidente envidia creativa por sus mismos compañeros de trabajo, maestros y/o colegas.
Para muestra un botón:
El dictador de Martha Marqués
La obra recientemente estrenada en el pasado festival iberoamericano 2012 en Bogotá, de la joven dramaturga caleña Martha Márquez: “El dictador de Copenhague” y que últimamente estuvo en cartelera en el auditorio de la Universidad del Valle y en la sala de Cali teatro. Es un trabajo ineludible de comentar en la escena caleña y nacional. Primero el texto escrito por Márquez fue premio de dramaturgia en el festival de Cali 2010 y su montaje fue ayudado por una de las pocas becas de creación de algún estamento del estado, caso no siempre muy común para una joven creadora. Logros estos, que aunque no aseguran su valor artístico y creativo, si son un incentivo para su arduo trabajo.
El dictador de Copenhague trata sobre un sencillo profesor de escuela de un pequeño pueblo llamado “Copenhague”, el cual es padre de una de las víctimas de la escalofriante historia colombiana del asesino y violador de niños GARAVITO; este padre, perdido en la inmensidad de la indolencia de un país como el nuestro, es el dictador: el que dicta; sobre la educación, la historia universal, la justicia, la culpa y hasta el perdón. Pero también es un dictador frente a la relación con la paternidad, la religión y el deber ser.
Martha Márquez asume el reto de dirigir un particular elenco y montarse a sí misma, proponiendo un trabajo final que al igual que el texto dramático contiene riesgos interesantes, tanto en su forma de narrar, su composición escénica como en la propuesta actoral. El montaje escénico acogió actores de trayectoria como el protagonista (Guillermo Piedrahita), sus antagonistas (Gabriel Uribe) y Lisimaco Núñez como el mendigo, los tres reconocidos actores del TEC en diferentes épocas, y otros actores más jóvenes egresados de las escuelas de teatro de Cali.
Esta mezcla de experiencia escénica sobre las tablas hace que la propuesta actoral salga del realismo al que nos tienen acostumbrados en la escena caleña, la actuación pareciera contener algo no dicho, algo que está escondido entre los actores, algo inenarrable se contiene en cada dialogo y en cada encuentro: padre e hijo, alumna –profesor, mendigo-transeúnte, tal vez, solo en la fiesta del pueblo, con algunos tragos de mas, parece que algo se suelta entre el alumno agradecido y el profesor... Sin embargo de nuevo se contiene hasta llegar al encuentro con el asesino. ! Donde todo implota, nada estalla aunque suene un disparo ¡ Esta contención no es gratuita, esta propuesta por la autora, como forma para hablar de un país pusilánime, hipócrita, cobarde, que oculta, engaña, traiciona, tapa, ataca soterradamente, hasta llegar a dejar en libertad un asesino de niños y lo peor de todo, lo aceptamos.
Considero que el trabajo de esta talentosa creadora es algo relevante en nuestra contemporaneidad, por la manera como teje la multiplicidad de temas: violencia, educación, justicia, intolerancia, culpa, deseo hasta perdón y olvido; Pasa al tablero conceptos: testimoniales - como el del asesino- , la labor de la educación y sus posibles relaciones afectivas, el deseo del conocimiento, hasta una espiritualidad que aparentemente transforma; Instalando al espectador del lado del alumno, del que copia el dictado. Del que tiene la responsabilidad de asumir su historia. Dejándonos siempre ante la pregunta: - Profesor ¿y se hubiera podido hacer algo?..
La obra el dictador de Copenhague nos abre muchas perspectivas de lectura ya que no se quedan en lo anecdótico, ni hacen juicios morales. Parece que la realidad pasara frente al espectador tal cual que en un dictado. Un Dictado de muertos, de violencias, de historias mal contadas - cualquier parecido con la realidad no es coincidencia-. Martha Márquez toma el camino más difícil para asumir esta su opera prima, su grupo la secunda, confía en ella y en su propuesta.
En síntesis tanto el texto como la puesta en escena crean espacios de significación que relucen a simple vista en la obra y demuestran un trabajo de gran profesionalismo. Es una lástima la poca reflexión sobre la obra de parte de los académicos sabedores de la escena teatral. Será posible que nuestros intelectuales de la academia sigan creyendo que comentar un trabajo escénico es adoctrinar en como ellos realizarían el montaje de una puesta en escena, o como la imaginaron cuando leyeron el texto, olvidándose que una crítica teatral se trata de una lectura artística que propone a partir de lo que ve, de lo que aconteció en la escena...
De todos modos, este es solo un ejemplo, como este podría escribir muchas columnas sobre la diversidad de ataques injustificados entre maestros y alumnos, directores y actores en varios ámbitos: públicos, privados, académicos y artísticos. Lo que si queda claro, es que lo que ínsita a estos ataques no es la construcción de una discusión académica en torno a nada, ni la sana competencia; porque en un país como el nuestro, no perderán su puesto, ni su poder actual, ya que eso depende de otras instancias, que mayoritariamente no son el verdadero conocimiento de un área - a propósito de últimos asensos en ciertas facultades de arte-.
Penosamente, esta realidad hace evidente como sigue primando una colonización del pensamiento donde se desconoce el saber local, se prohíbe el análisis y reflexión de nuestra historia presente, un temor arrogante a cambiar el punto de vista de la epistemología del arte escénico. Como si la modernidad de nuestros pueblos se hubiera quedado en el Paris de los años 50, o en la Inglaterra de 1900. Se desconoce que al iniciarse el siglo XX la América latina, ya independizada de sus metrópolis en el siglo anterior buscaba su propio camino.
No logro entender esta actitud destructiva entre colegas, sobretodo sabiendo que muchos proyectos creativos están casi al borde de la desaparición, por una política cultural inmersa en el afán de la creación de industrias culturales y en una búsqueda desesperada por demostrar la viabilidad de una sostenibilidad económica independiente; el estado tiene ahogados tanto a las escuelas de arte dramático como a los grupos y creadores independientes. Es increíble ver como ante tal realidad apremiante, en vez de unir fuerzas entre los directos implicados, lo que se haga es conjurar soterradamente una hecatombe de descalificaciones y demostraciones de pequeños poderes que en nada ayudan al futuro teatral del país, más bien empoderan propuestas inmersas en una burbuja de farandulearía y mediocridad.
Solo me queda preguntarles a los acérrimos intelectuales, pedagogas conocedoras del arte teatral: ¿a que le temen?, ¿que los incita a la desaparición de saberes diversos, diferentes líneas de pensamiento? ¿Por qué alejar a los jóvenes creadores de esas visiones y de ese conocimiento?
No tienen que estar de acuerdo, solo dejarlos ¡SER!…
Liliana Alzate Cuervo
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