Cali, septiembre 10 de 2012
Esta escuela se está volviendo contemporánea.
A quienes corresponde:
Creo que la aparición de entes anónimos que utilizan los medios para mostrar
inquietudes sobre el manejo de la escuela, no es la causa de nuestro actual problema.
Es justamente el efecto. Podríamos detenernos en el tono con que se escribieron, la
escasez de diplomacia de la que adolecen, mil otras cosas superfluas. Pero si tomamos
el asunto con inteligencia – y me refiero a la inteligencia que es sustancia esencial para la
comprensión del otro y de sí mismo para lograr la trascendencia espiritual de todos y no la
astucia que solo busca el bien propio-, veremos que esta manifestación es positiva.
Muestra que el estudiante está cuestionándose el medio del que hace parte. Muestra
que nos encontramos ante una generación que no traga entero lo que se le da y que no
calla ante lo que se le quita. Muestra que el artista actual ya no le basta la ensoñación
de la creación, la fascinación estética, sino que ve en el arte y en su vida social el medio
para tocar al otro, para afirmar su identidad y su conciencia. Y muestra algo que no tiene
que ver solo con política. Es, por el contrario, un hecho artístico muy propio de nuestra
generación. Un hecho que invita a mirar el arte y la pedagogía teatral de otra forma: me
atrevo a decir, de una forma contemporánea, es decir coherente a nuestra existencia en
este tiempo y no en otro.
Para empezar, el anonimato no es solo una negación de la identidad. Es una forma
de identidad nueva, impersonal. No hay biografía, no hay construcción del personaje,
porque no hay personaje. El personaje estuvo en crisis un tiempo, ya no lo está.
Ahora es una entidad sin verdades ni certezas que puede ser y no ser, que puede
ser y no ser cualquiera. Puedes ser tú. Puedo ser yo. Es una forma, muy actual, de
resistir a la globalización de la identidad, es la única forma de lograr la tan anhelada
y utópica equidad: Negándola. Para decir cosas que no son verdad, porque la verdad
no existe. Para decir cosas que no tienen tiempo, porque no existe fábula. Para decir
cosas que no tienen importancia, porque es arte. Todo lo demás es un estratégico
sobredimensionamiento. Se es anónimo, porque no hay verdad, porque no hay historia,
porque no es gran cosa. Es solo una forma de llevar la opresión asfixiante. Muestra de
una manera muy rudimentaria algo de lo que habla muy bien Zarrazac cuando plantea su
Impersonaje.
Si estas expresiones se han tomado las redes virtuales, tampoco es gratuito. Esto
habla de lo poco eficientes que son nuestros conductos internos de información
e interacción. Que éstos ya no son de fiar. Que el estudiante ya no confía en ser
escuchado. Por eso se hace escuchar. Esta desmaterialización de la realidad de la
que habla muy bien Baudrillard cuando habla de la hiperrealidad, esta fascinación
de la comunicación en sí misma, en términos globales puede tener diversas causas
sociales, culturales, políticas. Pero hablemos de la escuela, nuestro entorno inmediato.
Yo me pregunto ¿Es posible una comunicación abierta entre estudiantes y profesores?
Primero, ¿Es necesaria? ¿Es posible y necesaria una correspondencia evaluativa de
los estudiantes hacia los profesores que no sea solo con esos formularios chistosos
que llenamos a la carrera cada final de semestre? ¿Cómo esperar en el escenario de
nuestra opinión una crítica constructiva si no se nos enseña la crítica, si se nos critica sin
criterio, si no podemos confiar siquiera en una evaluación? Si en la escuela misma se
presenta en este momento que la gente no se dice las cosas a la cara, y que se las dice
de manera disonante, no es por la hiperrealidad, ni porque Debussy haya ampliado la
escala armónica. Es porque desde la misma estructura de la escuela no se ha creado el
ambiente de comunicación donde ésta sea posible sin ser juzgado.
Ahora vemos algo que no tiene precedentes en los más de quince años de la nueva
escuela. El estudiante toma el valor nuevo de dirigirse a quien lo dirige y confrontarlo en
su pedagogía. Una mente estrecha podría ver esto como una afrenta abierta en contra de
la autoridad, incluso contra las leyes del mundo natural. Pero yo creo que este también
es un hecho contemporáneo que habla muy bien de nuestra generación. Una generación
que rompe no solo con la cuarta pared y quiere tocar al otro, sino también con la primera
pared, la que tiene sobre los ojos, y no lo deja ver a sí mismo. A su lugar dentro de la
comunidad y su obligación para consigo mismo, su profesión y su dignidad.
Una generación que ya no quiere vivir en un medio académico donde se le insulta,
donde se le difama por conveniencia; donde se le encasilla en un estereotipo social;
donde no se le mira con objetividad al momento de ser evaluado; donde se les da
beneficios a unos y se les quita a otros cosas que por derecho les pertenece. Desde
su lugar curricular y simbólico dentro del grupo, hasta un personaje, un montaje, un
repertorio, hasta el respeto que se merece solo por ser humano. Estrategias que, para
sabrá Dios qué fines actorales, funcionaron desde hace más de 15 años, pero que ahora
ya no funcionan, pues esta generación conoce otras pedagogías. Las quiere, las pide,
las exige. No solo son posibles, sino necesarias. Y si las conoce no es porque las haya
visto en internet, sino porque en esta misma escuela las ha recibido, las ha aprendido.
Si las quiere no es porque el estudiante quiera ser consentido por su profesor, o porque
quiera que lo elogien, o porque quiera sentir una comodidad conceptual y personal en el
aula de clase. No. Las quiere, porque sabe que a la larga son más efectivas. Porque así
los proyectos no se caen tan fácil. Porque sabe que para incertidumbres son suficientes
las del arte, como para cargar también con las de la pedagogía y las de la aceptación
afectiva. Me refiero a una pedagogía abierta, sin cuartas paredes, o al menos donde el
profesor es respetuoso y se puede hacer un montaje sin peleas, sin competencias, sin
miedo. Los hemos vivido y por eso los sabemos posibles. Una forma de crear desde la
ética y el goce, herramientas primitivas para enfrentarse a la incertidumbre que es y será
el arte, y no desde el falso favorecimiento, la insana competencia y los favoritismos, que
le hacen un daño inimaginable, no solo a los excluidos, sino también a los incluidos.
Es un hecho, el estudiante actual de la escuela de Arte Dramático de la Universidad del
Valle se parece mucho al artista contemporáneo. Un sujeto abiertamente patológico. No
es un estoico, no es un ético. Es un sujeto patológico, que se reconoce como tal, no como
una ensoñación individual configurada, sino como una incertidumbre que hace parte de
una colectividad, que no sabe lo que es, pero que intuye con facilidad lo bueno de lo malo,
lo justo de lo injusto, aunque no pueda reconocer las fronteras de lo uno o de lo otro.
Justamente, por eso desafía la autoridad. Para conocer sus límites. Porque en el fondo
sabe que la autoridad no se pide. La autoridad no se soborna, no se gana con grosería.
La autoridad se gana con respeto. Se da. Con comportamiento ético. Con amor. De esto
último hemos tenido bastantes ejemplos pedagógicos, y los seguimos teniendo.
Ahora han amenazado a un estudiante. ¿Con qué cara podemos exigir que no haya
amenazas en una ambiente escolar donde la amenaza es el pan de cada día? Por una
nota. Por un personaje. Por un cupo. Donde se amenaza al estudiante con el éxito, y no
con el fracaso de sí mismo. Estas amenazas no son explícitas, claro está. Ni siquiera
son enunciadas como tal, de forma abierta, claro está. Tal vez ni siquiera nos estén
amenazando. Y entonces, ¿Por qué nos sentimos amenazados? No todos, claro está.
Claro como un chocolate espeso.
Si el estudiante ahora requiere el anonimato para expresarse, a mí me parece bien. Por
algo será. Si el estudiante se pone grosero. Bien, por algo será. Si profesores altamente
valorados y respetados académicamente, artísticamente, intelectualmente como Alejandro
Gonzáles y Ma Zhenhong ahora son cuestionados ética, personal y públicamente, bien.
Por algo será. Si un estudiante es tratado con un desdén casi íntimo –pues, a lo que se
ve, ese desprecio que se ve en los medios virtuales es personal y no llega al nivel que se
considere jurídicamente como una amenaza-, bien, por algo será, pero no es justo que
tomemos esta reunión para regodearnos en una victimización consentida y consensuada
a la manera en que se llevan a consenso los asuntos más importantes en esta escuela.
Es justo entonces que tomemos esta reunión para cosas importantes. Quiero hablar de
lo que se habla en todas partes, entonces espero no haya sorprendidos. Quise hacerlo
de la manera más sana -dentro de mi patología-, que no sea la ironía ni el sabotaje.
Por eso prefiero las preguntas, que son la única manera en que cada quien se hace
una respuesta o se formula nuevas preguntas. Creo que es lo más adecuado en este
ambiente contemporáneo que sopla.
Yo pregunto:
¿Cuál es el criterio evaluativo para que una obra vaya o no vaya a repertorio?
¿Cuál es el tiempo límite que una obra puede estar en repertorio?
¿Cuál es la frontera que delimita un proyecto de investigación de un grupo de montaje
académico?
¿Los logros alcanzados en estas experiencias extracurriculares valen como créditos
académicos?
¿Pueden o no pueden los estudiantes que no están matriculados participar de procesos
académicos?
¿Todos los montajes deben hacer al final una muestra académica o esto no es
obligatorio?
¿Existen favoritismos, o las llamadas “roscas”?
¿Hasta dónde alcanza la jurisdicción de un profesor sobre sus estudiantes a cargo?
¿Existe un reglamento que impida que un estudiante aconseje (mal) a otro estudiante
sobre un asunto actoral?
¿O ésta es una función estrictamente reservada a profesores y monitores?
¿Dónde están los monitores?
¿Por qué quitaron a Eder de la monitoría de Movimiento, si es el que mejor se mueve?
¿Por qué el área de Movimiento, que requiere una atención permanente sobre el riesgo
corporal, no tiene actualmente monitor?
¿Por qué la mayoría de los monitores están en la oficina de la carrera más práctica y
menos teórica de la Universidad?
¿Cuál es el criterio para escoger docentes para las asignaturas de la escuela de teatro?
¿El estudiante no tiene pertinencia en este aspecto o puede opinar sobre los profesores
que le son asignados?
¿Qué libertad tiene el estudiante de Arte Dramático para emprender iniciativas teatrales
independientes que le signifiquen remuneración económica (Chisgas) fuera de la
Escuela?
¿Cuál es el trato verbal más adecuado de un profesor hacia un estudiante?
¿Cuál es el trato verbal más adecuado de un estudiante hacia un profesor?
¿Si un estudiante de actuación tiene iniciativas de tipo político o social es menos artista?
¿Qué tan consensual es el Consenso de profesores?
Estas preguntas las escucho todo el tiempo entre nosotros en un lenguaje mucho
menos cuidadoso. Con este ejercicio pretendo traducir a una dialéctica las inquietudes
que yo tengo como individuo, actor y estudiante de esta escuela, y las que percibo de
mis compañeros –no pocos- como dolencias que requieren de la más pronta solidaridad.
Con esto no pretendo deslegitimar el trabajo de ningún profesor, mis críticas son abiertas
y sinceras, como abiertos y sinceros mis respetos hacia su trabajo, conocimiento,
trayectoria y otras cualidades que jamás les podrán ser negadas. Con estas preguntas
pretendo volcar la mirada sobre lo que realmente a mi parecer es el epicentro de un
problema nada reciente pero que ahora ha llegado al punto de derivar en manifestaciones
inapropiadas que no generan diálogo, que irrespetan a compañeros y profesores
con ironía y enajenamiento, vocablos de la lengua del miedo. Tal vez con la pronta y
efectiva atención y aclaración de estos tópicos podamos volver a un clima de respeto y
construcción.
Cuando digo que la escuela se está volviendo contemporánea me refiero a que sus
habitantes están exigiendo renovación en el sentido del trato personal, del manejo
estructural de los asuntos académicos, de la relación pedagógica profesor-estudiante, y
de muchos más aspectos que requieren manejos más acordes con los progresos que a
nivel espiritual está teniendo el mundo.
La escuela se está volviendo contemporánea, pero yo no puedo evitar creer en las
personas, soy un romántico, no tengo Facebook, no me gustan los comunicados, no me
gustan los anónimos. Todavía prefiero las cartas, entregadas a mano, y firmadas con mi
nombre.
Atentamente, Joan Manuel Millán Torres.